Cualquier persona que interactúe conmigo durante unos pocos minutos, se dará cuenta que no encajo en el perfil de chica que hace, piensa y dice “cosas de chica”.
No voy seguido a la peluquería, mi maquillaje nunca es perfecto (si es que estoy maquillada), jamás hice corazones que contengan mi nombre y el del “chico que me gusta”, de hecho, jamás utilicé la expresión “elchicoquemegusta”. Me incomodan las demostracones de afecto en público, no me importa no recibir regalos, tampoco suelo hacerlos.
Cuando quiero hablar con alguien, no me detengo a pensar quién llamó la última vez o a quién de los dos le correspondería hacerlo esta vez: lo llamo y punto. Planteo las cosas como me parecen: nada de decir una cosa para que entienda que quiero decir otra. Me sacan de quicio las minas que obligan a sus parejas a vestir como ellas quieren, a salir con gente que no desean ver, y a dejar de ir a lugares que ellas detestan. Me enferman en doble los hombres que obecen estas peticiones. También se aplica a la inversa.
Y no estoy sola en esta manera de ser, en esta veta que escapa a lo encasillado tradicionalmente en femeneidades, en mujer, junto con el histeriqueo, el sueño de entrar de blanco a una iglesia y la obsesión por el culo perfecto.
No señor, somos muchas las que marchamos en estas filas, luchando día a día contra el estigma de que nos crean a todas iguales, esto es: femeninas, histéricas, casamenteras, conchudas, vuelteras, amantes de los cachorritos, enamoradizas, delicadas y todo lo que ya se sabe.
Somos muchas las que, ante el mercado de productos femeninos y el calibre de sus publicidades, desearíamos que nos abrieran un nicho de mercado aparte, cuyo target no fuera "mujer con la capacidad mental de un australopitecus"
Somos las mismas que, cuando un grupo de mujeres discute acerca de cómo perder peso más rápidamente con el mismo nivel de compromiso y seriedad que si estuvieran solucionando la hambruna mundial, sentimos la necesidad de pararnos ante la humanidad y pedir disculpas en nombre de todas.
Y no se trata de renegar del género femenino.
Se trata de ver desde afuera la dinámica de que, por un lado, se encasille a la mujer como una criatura especial y frágil, que cree que es independiente, se la deja jugar por un ratito a que puede llegar muy lejos, pero al volver a la vida real, la cabeza no le da más que para hacer una receta práctica, arreglar las plantitas y hablar sólo de trivialidades, cuando más cotidianas y frívolas mejor.
Y por el otro lado, ver que cientos de miles de mujeres respondan orgullosas a ese encasillamiento, a ese mandato, legitimizando ese prejuicio.
Basta.
Basta de publicidades de toallas femeninas que provocan ganas de arrancarse el útero, basta de que el cuerpo sirva sólo para untarlo con cremas y ejercitarlo, basta por dios! de productos para el pelo, basta de las palabras "nosotras","super práctico", " esos días" y "ser mamá", basta de hablar de los hombres como si fueran orangutanes inútiles que no entienden nada , BASTA! por amor a la Virgen de consejos y productos para ir a cagar, basta de no decir "cagar", "vagina", "coger", "menstruación", "tetas" y reemplazarlo todo con un sinónimo vergonzoso...
Basta de subestimación.
Basta de cosas, como las siguientes